Introducción a la estética japonesa
Después del parón de los dos últimos
meses, volvemos a estar por aquí, esta vez para hablar sobre estética japonesa.
La estética es una rama de la filosofía que estudia la esencia de lo bello y de la percepción de la belleza en el arte. El estudio de la estética surgió en
Occidente en el siglo XVIII de la mano de A. G. Baumgarten. Filósofos como Kant
afirmaban que hay partes de la realidad que no son accesibles desde el
conocimiento, siendo estas partes de lo que debe ocuparse la estética.
Siguiendo con el pensamiento de Kant,
lo bello es lo que se piensa como objeto de satisfacción universal, alcanzar
esta satisfacción es lo que hace bello a algo. Otro concepto muy importante es
el de lo sublime, siendo algo que nos
aleja de la realidad, relacionado con la experiencia religiosa, algo que nos
emociona sin poder describir bien qué sentimos ni cómo. Este concepto de
estética nos interesa especialmente porque es el que llegará a Japón y el que
se tomará allí.
El
concepto de estética llegó a Japón en el siglo XIX, de la mano de Nishi Amane
(como lo hizo la filosofía o tetsugaku),
aunque con diferencias importantes. En Occidente la estética está en oposición
al conocimiento intelectual, por lo que existe un dualismo ontológico
idea/materia. En Japón, sin embargo, no existe este dualismo, ni diferenciación
cuerpo/alma, todo se encuentra unido y relacionado en el kokoro (o corazón que piensa).
Si
cogemos la afirmación cartesiana “pienso, luego existo”, en Japón tendría una
diferencia clave. Su concepto de kokoro es aplicable al corazón, a la mente y
la razón que entendemos en occidente, para ellos todo eso es uno y por ello no
conocen nuestra problemática. Por lo que la traducción más correcta de cogito
que vamos a encontrar es omou. El
omou es el carácter, las emociones y sentimientos, sería como el estado del
alma, y se encuentra dentro del kokoro. Esto significa que el japonés piensa a
través del corazón, que es éste el que nos dice que el mundo existe; es la
sensibilidad la que va a sostener el conocimiento. Luego habrá que reescribir
la frase como “siento, luego existo”.
Esta
visión se plasma en el mono no aware,
una experiencia ligada a todo lo que se ve y escucha sin mediación y que se
produce en el kokoro (o corazón que piensa). Aquel que conoce mono no aware
tiene un corazón que conoce las cosas, produce unos sentimientos que oscilan
con facilidad y un humor que puede fluctuar entre tristeza y felicidad con
frecuencia. Todas las criaturas vivas poseen un kokoro que siente, no es algo
necesariamente humano; siempre que haya un corazón que entre en contacto con
las cosas, sentirá.
Conocer
mono no aware es una experiencia vital y se convierte en la base que luego
vemos en el haiku y en el arte oriental en general, es un dejarse conmover por
la vida cotidiana. Esto tiene que ver con trascender el yo, nuestras
preocupaciones y juicios, para que nuestros sentimientos vengan del mundo
exterior sin influencias o matices internos. Es conocer los sentimientos de lo
que nos conmueve y volvernos uno, porque los sentimientos de las cosas son
también los nuestros. Conocer mono no aware es entrar en contacto con la
esencia de las cosas y enfrentarse a su comprensión. A través de conocer cada
una de las cosas pequeñas que forma la realidad, la conocemos por entera,
puesto que todo forma parte de una misma cosa.
La
unidad de la realidad es una visión muy arraigada en Asia Oriental, la
encontramos como base del pensamiento taoísta, budista y también sintoísta,
siendo parte fundamental de la tradición artística oriental. Según esta
concepción cosmológica, todo lo que existe forma parte de un todo, pudiendo
encontrar en cada una de las partes la representación de esa universalidad. En
esta unidad participa tanto la naturaleza como lo humano, pudiendo verse
reflejado el uno en el otro.
Volviendo
al concepto de kokoro, éste se expresa por encima de todo con el lenguaje y la
poesía, la metáfora, que expresa el interior del hombre haciendo uso de la
naturaleza. Eso le da un valor muy importante a la poesía, porque nos permite
expresar lo que llevamos dentro, que a su vez es la realidad. Si partimos de
que la sociedad es una, la subjetividad individual es producto de algo común a
todos, lo que nos permite superar los dualismos, alcanzando una sensibilidad
común como la adquirida a través de mono no aware.
Motoori
Norinaga (perteneciente a la Escuela de Estudios Nativos, sg. XVIII) afirmó que
la poesía fija la palabra de los kami
(espíritus divinos del Shinto), ya que en el sonido de su lenguaje resuena un
poder espiritual que relaciona el escritor con el lector y el mundo. Es como si
el espíritu de los kami residiera en las palabras, haciendo que el poeta se
relacione con lo sagrado a través de ellas. Desde este punto de vista las
palabras pueden relacionar al hombre con lo sagrado.
Norinaga
no sólo atribuyó este poder a la poesía, sino también a la prosa. Empezando por
el Kojiki (Crónicas de antiguos hechos de
Japón, sg. VIII), considerado revelación de los kami. A partir de él, el
espíritu de las palabras se considera herencia divina y se denominó kotodama. Gracias al kotodama el
lenguaje permite la acción, tiene consecuencias sobre ella. En este contexto,
la poesía es entendida como una práctica espiritual, a través de la cual el
escritor puede dar cuenta de la unidad de la realidad y fundirse con ella. Sus
obras luego pueden tener efectos sobre el lector y el kotodama ejercer su
influencia transformando al individuo.
En
resumen, las ideas y sentimientos del kokoro pueden transmitirse con las
palabras gracias al espíritu que contienen; y es debido a este espíritu que las
palabras pueden influir en la transformación de la gente.
Esta
trasformación se refiere al abandono de los deseos y preocupaciones, es una
búsqueda de la armonía con todo lo que nos rodea, de manera que podamos dar
cuenta de la unidad de la realidad y alcanzar un conocimiento universal (mono
no aware). Esta intención se aprecia en las muestras artísticas concebidas en
Japón, sirviendo estas de puente entre el individuo y lo universal,
convirtiéndose así en prácticas espirituales que nos conectan con lo sagrado.
Como
ejemplos de dichas muestras artísticas, podemos hablar del ikebana, la
caligrafía, la ceremonia del té o el teatro noh.
El
ikebana o arreglo floral pretende expresar el carácter temporal de la vida.
Consiste en comunicarse con la planta y dejar que sea elle quien nos indique
cómo quiere ser colocada. Para ello establecemos una comprensión mono no aware
entre nosotros y la planta, mediante la cual, la planta pide ser colocada según
sus propios sentimientos.
La
flor es entendida como el culmen de la planta, como la imagen de la vida. Esa
imagen es la que se emplea para reflejar su temporalidad, e incluso la muerte,
a medida que la propia flor se marchita. En torno a este carácter temporal de
la vida se desarrolló en Japón el concepto de wabi-sabi, que consiste en ensalzar la belleza de lo no permanente
y en aceptar la realidad tal como es, superando la desolación que causa en
nosotros saber que todo tendrá un final. El wabi-sabi nos invita a apreciar las
marcas que deja el paso del tiempo en los objetos, siendo éstas rasgos que
dotan de mayor valor a las cosas, en tanto que las hacen únicas, capaces de
contar su propia historia.
Por
esta razón, se podría decir que el ikebana es una representación del arte
wabi-sabi, en tanto que nos ayuda a aceptar lo temporal al identificarnos
nosotros mismos con la flor. En aceptar nuestra propia vida está el
trascenderla e ir más allá, captando con ello la pertenencia al todo universal,
que sí es eterno.
La
obra de ikebana tiene reservado un lugar imprescindible en la casa japonesa,
especialmente en los salones de la ceremonia del té. Este espacio se llama tokonoma y la presencia en él del
ikebana sirve para traer a la mente de los presentes los conceptos mencionados
anteriormente, que se mezclan con la intención meditativa de la ceremonia del
té. También en el tokonoma suele colocarse alguna obra de caligrafía, otra de
las prácticas artísticas que pueden servirnos para conectar con lo sagrado y
conocer mono no aware.
La
ceremonia del té es una práctica de meditación en acción (fundamental para el
Budismo Zen) que representa un corte en nuestra vida cotidiana. Tiene como
objetivo ensalzar la temporalidad de la vida y, como el ikebana, dar cuenta de
ella para que podamos trascenderla y alcanzar un conocimiento total del monismo
de la realidad.
Todo
lo que rodea y conforma a la ceremonia del té sirve a esta intención, desde el
jardín que se debe cruzar para entrar en la habitación, cuya naturaleza es el
mayor ejemplo de temporalidad, hasta las piezas de cerámica que se usan ella,
las ropas, las piezas de ikebana y caligrafía que lo adornan… todo cumple rigurosamente
con la estética wabi-sabi.
Durante
la ceremonia se pone de manifiesto que existe una esencia vital que se expresa
a sí misma y que encuentra en este ambiente el momento y lugar idóneo para
hacerlo. Al mismo tiempo, nosotros intervendremos en la medida en que sea
necesario que lo hagamos para propiciar esta expresión. Durante esta ceremonia,
al encontrarnos conociendo mono no aware, podemos percibir la esencia única que
se manifiesta en este instante, consiguiendo así captar la realidad. De esta
manera, somos capaces de trascender por completo el yo y alcanzar un instante
de eternidad.
Por
último, me gustaría dar algunas pinceladas sobre el teatro noh. En él los
personajes son narradores que mediante sus gestos y tonos de voz sugieren lo
que se está contando. Todo forma parte de una metáfora visual de la unidad de
la realidad, que es lo que pretende traer a escena.
El
teatro noh se fundamenta en la idea de que la realidad es misteriosa e intenta
poner de relieve que tras lo que vemos hay otra cosa, algo más. Este misterio
es el yugen, un aura especial que
envuelve las cosas y que nos indica que hay algo más tras ellas. Es como un
sentimiento místico y de lo sobrenatural. Habrá más yugen en algo cuanto más
misterio esconda; y, por tanto, mejor actor será aquel cuanto más yugen
transmita, ya que hará que el espectador se sienta más interesado en él y en la
obra. No obstante, esto no se percibe a simple vista y hay que estar entrenado
tanto para verlo como para poseerlo, requiere una trasformación espiritual.
Esta
transformación, como ya hemos visto, viene a través de conocer mono no aware y permite
a los actores de noh representar bien su papel y mostrar el yugen, ya que dejan
a un lado su individualidad y se funden con la realidad. Por eso pueden parecer
muñecos que son movidos por una especie de hilos invisibles, esos hilos son la
esencia única de la realidad. Gracias a ello captan nuestra atención y nos
hacen participar en una meditación en acción, que consiste en seguir la guía de
la representación hacia la armonía con el universo.
Con
este brevísimo resumen sobre la base e intención de estas prácticas, podemos
apreciar cuál es la finalidad del arte japonés. Vemos como existe un trasfondo
místico y relacionado con lo sagrado, que pretende servirnos de ayuda para
estar siempre en contacto con todo lo que nos rodea. Para no extenderme
demasiado, he preferido en este caso dejar de lado el componente religioso,
principalmente budista, que hay dentro de estas prácticas. Pero no debemos
olvidar que todas ellas, en tanto que son formas de meditación en acción, nos
llevan hacia la Iluminación promulgada por el Budismo y a percibir la visión
cosmológica de las tradiciones orientales mencionadas al principio.
Por
esta razón, personalmente creo que el arte japonés tiene un valor que va más
allá de lo estético, un valor espiritual. En tanto que es capaz de relacionar
al artista con lo que percibe como sagrado a través de su práctica. Esto puede
funcionar como recuerdo de las relaciones internas existentes entre todas
cosas, facilitando que el artista se funda con la realidad a la que pertenece y
se mantenga en armonía con ella.
Bibliografía:
- Entrada basada en los apuntes de la profesora Carla Carmona en la asignatura "Arte y Estética de Asia Oriental".
- R. Bouso (ed.), La
filosofía japonesa en sus textos, Barcelona: Herder
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